Por Pedro Raúl Noro*
El episodio de Formosa no es un caso aislado, falta una verdadera reparación histórica de los pueblos originarios.
El episodio de la represión a la comunidad qom-toba La Primavera, de Formosa, no es nuevo. En todo caso, es un eslabón de una cadena cinco veces centenaria de excesos y brutalidades en contra de los pueblos originarios que comenzaron con la conquista, continuaron en el período colonial, se profundizaron en el período de la reorganización nacional -en particular, con la campaña al desierto y la explotación del monte chaqueño- y que hoy continua de distintas formas y con diversos pretextos judiciales en muchos territorios del país, desde la patagonia hasta la puna jujeña.
La vieja dicotomía entre civilización y barbarie produjo centenares de miles de desaparecidos, aparte de los torturados, detenidos y esclavizados (mucho antes de los 30 mil compañeros que sufrieron un destino parecido durante el último proceso militar) con el pretexto de integrar a nuestro país a la democracia civilizada y racional eurocéntrica.
Mas allá del reclamo de supuesta propiedad territorial que hacen hoy los descendientes de gringos, con sospechosos papeles en mano, y que desencadenan severas y "legítimas" acciones por parte de autoridades, jueces y policías, tales supuestos propietarios, en ocasiones, no tienen ni siquiera una centuria en el país, mientras que los qom-tobas, acreditan, por lo menos, 12.000 años de cotidiano recorrido por esos parajes hermosos e inexplotados de la Madre Tierra que hoy se ve compulsivamente violada y contaminada por intereses sojeros y/o madereros.
La Marcha de los Pueblos Originarios que finalizó el 20 de mayo pasado en Buenos Aires, con una entrevista a la Presidente de la Nación, intentó, entre otros objetivos, alertar contra el mantenimiento de estos operativos racistas, atendiendo al sincero reconocimiento constitucional de las etnias como preexistentes a la nación misma y, obviamente, preexistentes al derecho de propiedad capitalista impuesto por los conquistadores y reconocido luego por los criollos.
A la luz de todo lo dicho, es necesario repetir una vez mas: para nuestros hermanos la tierra no es un papel pergueñado en el despacho de un escribano publico y legitimado por una burocracia judicial nacida en una coyuntura circunstancial y mudable que se niega a efectuar una verdadera reparación histórica a los valores y creencias preexistentes. Para nuestros hermanos, la tierra es un ser sagrado, la Pachamama, madre común de todo lo existente; y el ser humano, el sentido trascendente de la tierra y de la vida cuyo destino se encuentra indisolublemente unido al cuidado y la preservación material y espiritual del entorno dentro del cual desarrolla su acción.
*Secretario de Comunicación de la Organización Barrial Tupac Amaru.
Fuente: Boletin Movimiento Tupac Amaru
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